Biografía

Quizá a muchos las canciones de Ismael Serrano le provoquen esa extraña sensación de haberlas vivido, de poder ser perfectamente su protagonista, de estar escritas para nosotros, incluso de estar escritas por nosotros, si tuviésemos el don de saber escribirlas. Tienen la virtud de atravesarnos, aunque sea un instante, porque nos hablan de alguien parecido a esa persona que se mira al espejo cada mañana para comprobar que este le devuelve un reflejo convertido en una puñalada de aquellos tiempos de esplendor en la hierba: «Seremos otros, seremos más viejos… Y cuando por fin me observe en tu espejo, espero al menos que me reconozca» cantaba en «Vértigo», en aquel primer disco en el que, de alguna forma, estaba ya todo lo que iba a venir después, incluida «La canción de nuestra vida», que abre y da título también a este nuevo trabajo, un tema que empieza diciendo: «Hubo un tiempo en el que todo nos nombraba…». Un tema que, sin haber sido aún escrito, yo viví con él hace media vida, cuando todo nos nombraba.
Conocí a Ismael Serrano en un concierto que fui a cubrir como periodista cuando él empezaba a ser el artista que terminó siendo. Aquella lejana noche en la memoria se eternizó hasta las ocho de la mañana del día siguiente, cerrando, puntuales, cada bar de una ciudad que se desperezaba. Nos cruzamos con padres llevando a los niños al colegio, con hombres trajeados camino de la oficina y con caras llenas de sueño y de sueños. Sin saberlo, todos ellos eran personajes de sus canciones y, sin saberlo, nosotros también. Éramos invencibles entonces, todas sus letras nos interpelaban. Lo hacían hace veinticinco años y lo hacen ahora.
No he hecho el estudio, pero quizá una de las palabras más repetidas en el cancionero de Ismael Serrano sea futuro. El futuro como territorio, como patria anhelada en eterna construcción. Lo bueno del futuro es que nunca termina de hacerse del todo, nunca termina de arribar a puerto: es efímero y escurridizo. El futuro de entonces es el presente ahora, pero conviene mirarlo desde ese pasado frágil y engañoso al que a muchos nos gusta asomarnos. Ojo, no se trata de nostalgia.
Se trata de ser consciente de haber vivido para poder seguir viviendo. En «El viaje de Chihiro» se dice que «nada de lo que sucede se olvida jamás, aunque nosotros no podamos recordarlo». Sus canciones ayudan a recordar.
No voy a enumerar aquí los méritos que han vertebrado la carrera de un tipo siempre coherente, capaz de subirse a un escenario y reírse de sí mismo y de los clichés que algunos han asociado a los cantautores. Como si cantarle a la vida, a la reconocible, a la de verdad, no fuese suficientemente rebelde. «Hoy ceno contigo, hoy revolución» decía Serrano en uno de aquellos primeros discos. Y en eso sigue empeñado el cantautor: sus versos nos hablan del acto cotidiano como arma revolucionaria. Ese es uno de los grandes secretos: la rebeldía se demuestra en gestos anónimos, al doblar una esquina, al cumplir años sin abandonar los ideales.
Hace más de una década, José Saramago me decía que no creía en la utopía porque creer en ella supone creer en algo que nunca va a llegar. Confesaba el Premio Nobel que para él es imperativo hacer algo hoy, ya, para cambiar el mañana, no fiarlo todo a un tiempo indeterminado que quizá nunca llegue. Ismael Serrano canta siempre al hoy, al hoy es siempre todavía, lo hace mirando por el retrovisor, comprobando cómo la línea del horizonte se hace cada vez más fina y se va alejando sin dar tregua, sin que nos demos cuenta.

Y con todos esos ingredientes sigue siendo capaz, como en este disco, de cantar un «Un vestido y un amor», la eterna canción de Fito Páez, y, con aquellos versos, hacerte viajar a un momento concreto de tu biografía que quizá quedó inconcluso. Es un álbum lleno de interrogantes, porque solo haciéndonos preguntas seremos capaces de resolver todos los principios de incertidumbre. Y entre confesiones, expiaciones, reencuentros y reivindicaciones vas avanzando y te encuentras con la recuperación de «Un muerto encierras» y con ese «ya nunca volverán a hacer nada por vez primera» que casi todos podemos cantar ya con conocimiento de causa.
Es un disco identificable en cada recoveco que, sin embargo, nos presenta a un nuevo Ismael Serrano, capaz incluso de reivindicar alguna victoria, cansado de darse siempre por vencido, como suena en «Saber ganar».
Cuando me llamó para ver si podía escribir algo me entraron dudas. ¿Y si al darle al play me encontraba con algo con lo que no me iba a sentir identificado? No ha sido así, a sus casi cincuenta, sigue escribiendo y cantando a lo que fuimos, a lo que somos y a lo que seremos, aunque ya no cerremos bares a las ocho de la mañana, porque, como oímos en «Tiempo», tenemos ya la edad de nuestro porvenir, una frase que me llevó, el cerebro hace conexiones sin pedir permiso, a ese poema de Caballero Bonald que concluye así:
¿Cómo evitar el simulacro,
cómo vivir sin desvivirnos?
Surcan los días por tu vientre.
Somos el tiempo que nos queda.
Carlos del Amor