Biografía

La literatura nació como música, entre palabras cantadas. En el mundo oral, contábamos cuentos con rimas, estrofas y melodías. Cuando las historias eran tan solo aire frágil, viento que escapaba de nuestro cuerpo, el ritmo de la poesía asentaba las frases más fácilmente en el recuerdo. Aquellos atletas de la memoria, los aedos, sabios ambulantes y polvorientos, viajaban de pueblo en pueblo, acarreando sus instrumentos a la espalda, reuniendo leyendas y fábulas por caminos poblados de peligros y soledades. Sus alforjas no portaban la gran historia, esa que llegaría con la invención de la escritura. Al contrario, su música poética alumbraba las pequeñas memorias. Esas narraciones compartidas que los seres humanos elaboramos durante milenios, un legado común de emociones revividas a lo largo de generaciones. Hoy como entonces, cierta música logra avivar la llama de esa memoria íntima. Historias contadas en minúsculas que, lejos del relato oficial, albergan el tesoro de nuestros sentimientos y sueños, los aleteos del deseo, la desnudez de los fracasos, los abandonos, las compañías que abrigaron la intemperie.
La música, como el arte, como los libros, tiene el poder de saciarnos y salvarnos, de dibujar mapas en un horizonte incierto, de arrojar luz cuando oscurece. En momentos tambaleantes de mi vida, cuando afronté miedos y heridas, las palabras de Ismael Serrano, junto a las novelas de Stevenson y Salgari, los versos de Trilce, los cuentos de Quiroga y Martín Gaite, me ofrecieron cobijo y refugio, abrieron puertas hospitalarias. Como a tantas pequeñas criaturas, cuando los lunes dolían y arreciaban las tormentas, sus canciones me rescataron del naufragio, me acompañaron en todas las mudanzas, me aseguraron que nunca estaría sola. Y en cada recodo de esta senda, aprendí a tallar futuro y promesas, a abandonar a veces la piedra de Sísifo, a conjurar los sortilegios de la noche.
Tras los pasos de antiguos juglares y poetas de honda huella, Ismael hace camino al cantar. Recorre ciudades y aldeas, teatros y calles; sus palabras resuenan en plazas abarrotadas y en innumerables noches solitarias. Inmerso en la multitud, habla a la soledad que nos habita.
Ante la incertidumbre de este tiempo, cuando negros nubarrones amenazan los viejos sueños, su música reivindica la fuerza de la dulzura y el poder de la fragilidad. Al asomarnos a su nuevo disco, entre mensajes secretos escritos a mano sobre papel de carta, nos saluda la mirada de un músico callejero y andariego. La canción de nuestra vida es un tapiz luminoso, un breviario de desnudeces y desconciertos, entretejido de recuerdos y anhelos, ecos nuevos de canciones aprendidas, desatados desamores, divertidos paseos por las fábulas de Esopo, ironías del experto en derrotas que nunca se rinde, versos donde late la indomable obstinación de los vencidos.

Desde nuestros remotos orígenes, la poesía ha creado atlas de palabras para regalarnos sentido, significado y emociones en el caos de la realidad. Ahora que tercas tristezas y ruidosos desasosiegos asedian aquellos paraísos desiertos, Ismael nos recuerda que la esperanza aguarda también a la vuelta de la esquina, vestida de verde y de primavera. Como ocurre a sus amantes invisibles, fantasmas, lluvia tras el cristal, su voz susurra que un día terminará el invierno, que hoy es siempre tiempo de recobrar la luz y el deseo. Por eso, tantas de sus canciones han sido y serán, también hoy, canciones de mi vida.
Gracias infinitas.
Irene Vallejo
Ismael Serrano
Texto para La canción de nuestra vida
Zaragoza, agosto de 2023